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31 agosto 2014

Abrazo anacrónico

No sé si fue el acento, la voz monótona o las instrucciones repetidas una y otra vez.
No sé si fueron los ruidos provenientes de los caños de desagüe, sentir el temblor del metro bajo mis pies.
Quizás la penumbra, o el aire húmedo del subsuelo.
La posición estática o el cansancio.
Quizás fue un sueño.

Pero sentí el aire fresco en la cara, la suave caricia del sol de un día frío del otoño tardío. El cielo azul, casi igual que el del glaciar a mi izquierda. A lo lejos se escuchaban los rápidos, el azul-turquesa del río era aún más brillante rodeado de los troncos color canela de los arrayanes.

Y ahí estaba.
Mi papá.
Abrazando a mi hijita.

Seis años no impedían que ella apoyase su cabecita en el hombro de él.
Yo veía su nuquita, papá me miraba con una mirada tranquilizadora. No tenía anteojos.
Ella abandonaba su cuerpito en los brazos de su abuelo. Es evidente que no era la primera vez que se encuentran.
Dormía.

Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos y luego a rodar por mis mejillas. Yo seguía inmóvil.
Y, por primera vez, no me quedé con el desgarro de esta realidad de ausencia.
Por primera vez me quedé con una sensación de tranquilidad de ese maravilloso abuelo que sería, que hubiese sido…



Que es.


16 julio 2008

Dondequiera que estés

Esta es la primera carta que me animo a escribirte. Tal como nos pediste que lo hiciéramos, escribiste: “Y me mandarán mails a donde yo esté para contarme”.
Cuatro meses: una eternidad. Intenté hacerlo antes pero las lágrimas me nublaban los ojos y no podía seguir. Ahora también me corren por las mejillas pero son las 5h de la mañana y no puedo dormir. Te extraño.
Te confieso que no la llevo muy bien, quizás soy la que menos lo elaboró de los cuatro. Me duele día y noche, siento mil dagas clavadas en la piel y me desangro, constantemente. Ya casi aprendí a vivir con ese dolor tan intenso, que no pasa, a veces tan fuerte que ya ni se siente. Por dentro lloro, lloro todo el tiempo deseando lavar con agua salada tanto dolor, tanta sensación de injusticia y a veces – muchas – como ahora, lloro sola, pensando qué no daría por volver a escuchar tu voz, por sentarme con vos y hablar mientras te tomás tu tecito con limón. Un ratito aunque sea…
Mamá fue siempre la más valiente de todas. Tiene la fuerza inagotable de una locomotora y está bien plantada, con los dos pies pisando fuerte la tierra (bueno, quizás unos centímetros por encima porque, como vos decías, ella nunca tiene los pies sobre la tierra). Estarías tan orgulloso de ella! Como cabe tanta fuerza en una persona tan chiquita?. Pero mamá es enorme y bajo sus gigantes alas protectoras, muchos buscamos abrigo.
Los chicos están bien, son dos hombres inteligentísimos y decididos. Tan diferentes y tan racionales los dos. Avanzan con pasos fuertes y seguros y los admiro mucho a los dos.
Yo, a pesar de todo, estoy bien. Como te dije, aprendí a vivir con este dolor desgarrador. No hay “gotitas milagrosas” que me lo curen pero sí un maravilloso compañero de camino que, como dice Jack “me da regalos sólo con su presencia”. Vos me dijiste que te encantaba el compañero que elegí y a veces yo también me sorprendo. No sé si fue una decisión conciente o no pero , si lo fue, fue sin dudas la mejor que tomé en mi vida. Lo veo dormir acá, al lado mío y me envuelve un sentimiento de amor y de agradecimiento por tenerlo en mi vida. Más allá de nuestras diferencias, su esencia es tan noble y tan pura como la de un ángel.
Yo digo que esto es el afterlife porque mi vida no puede ser igual sin vos. Cuando te fuiste (en tu 08 y en mi 09) yo me fui con vos y es una nueva la que renació en mi lugar. Te tenía la mano en ese último aliento y no sólo te llevaste mis palabras de amor y admiración sino que te llevaste todo mi ser, o yo me fui con vos, ya no sé.
La que se quedó en mi lugar es alguien con un vacío enorme, un hueco imposible de llenar y con el que va a tener que aprender a vivir por el resto de su vida.
Dudo de la belleza de la vida. Esa belleza que me enseñaste a ver todo el tiempo en todas las pequeñas cosas, en lo más simple. Dudo de una justicia natural que le da a cada uno lo que se merece o si la hay, realmente no la entiendo.
A veces me surgen sentimientos horribles y egoístas y pienso por qué vos y no tantos otros con una pobre e insignificante existencia. Gente que desprecia la vida y a los que lo rodean, no como vos que sabías “honrarla”.
Sabés que en este tiempo te hicieron homenajes, recordatorios y te escribieron textos hermosos. Pero el mejor homenaje nos lo hiciste vos a nosotros siendo el mejor padre que alguien pueda desear, la persona inmejorable que fuiste.
Qué es esa fuerza magnética vital que nos lleva a querer tanto a alguien, a apegarnos tan fuerte para, de golpe, quitárnoslo? Sin duda una lección demasiado dura de esta vida que nos pone a prueba constantemente y que, por lo menos en ese aspecto, desaprobé con creces.
Trato de consolarme pensando que 85 años intrascendentes no se comparan a tus 57 intensos, llenos de amor y paz, de inteligencia y sabiduría.
Siempre nos recordabas que para vos lo más importante era la calidad de vida y creo que recién ahora realmente entiendo por qué. Y creo que, como sabías que ésta estaba en juego, decidiste irte a descansar a tu lugar: el mirador del Arrayanes.
Estás en la tierra húmeda que tanto te gustaba, en el maravilloso color turquesa de ese río, nuestro preferido; en el silencio de la Cordillera y en el ruido del viento contra las hojas de los radales, ñires, cohihues, lengas y todos tus árboles.
Y estás muy vivo en mí, para siempre.
Te quiero eternamente y te extraño horrores,

Tu princesita



Numbing pain